Son las seis treinta de la tarde, ese
momento del día cuando muero un poco por besarte el cuello y contarte lo bien
que se me da llegar a casa y encontrarme con tu sonrisa, todos los días.
Que a esa hora siempre me dan ganas de
desvestirme frente a ti, que es la hora exacta para morderte los labios y si la
puesta es lo suficientemente bella, susurrarte que te quiero, que te quiero
mucho a las seis treinta de la tarde, de este invierno.
Me aseguro
de abrazarte, fuerte, tal vez hasta que el reloj anuncie las siete y me de por
observar la luna, dejarte con el ordenador y tus cosas, mientras yo decido
hacer las mías.
Son las seis treinta de la tarde, y a esta
hora siempre son bien recibidos los abrazos, por aquello del hueco que existe
entre mis brazos